miércoles, 15 de febrero de 2012

Cuento: Limoncín y Fresita. Autor: Diego Solís Sojo.

Hace mucho tiempo existió un reino donde había dos países: el país Rojo y el país Amarillo. En el país Amarillo, todo era amarillo: el cielo, los arboles, las casas, todo pintado de un intenso color amarillo. En el país de los Rojos, todo era de color rojo: el cielo, los arboles, las casas,…etc., todo pintado de un intenso color rojo. Y las tierras donde ambos colores se mezclaban eran de color naranja.
Tiempo atrás, los habitantes de los dos países eran muy amigos y vivían alegres y contentos.
Los sábados y domingos organizaban fiestas donde cantaban, bailaban y reían todos juntos. Pero, de la noche al día, a causa de algunas peleas y discusiones entre algunos habitantes, se hicieron enemigos. Los alcaldes mandaron levantar un muro ancho y grueso allá donde terminaban sus tierras y prohibieron a sus habitantes que traspasaran la frontera. Si desobedecían esta orden, serian duramente castigados. El rey de aquel reino estaba enterado de lo sucedido pero como era muy despreocupado, no hizo nada para poner medio a la situación. Así que desde entonces ya no hubo más bailes, ni fiestas y los habitantes de los dos países no volvieron ni a cantar ni a reír.
En el país de los Amarillos había un niño al que todos conocían como Limoncín. Era muy curioso y le gustaba mucho pasear por el bosque, observando las flores, los animales, las tierras y, a menudo, preguntaba a los mayores las cosas que no sabía. Un día, Limoncín salió a pasear con su abuelo y le pregunto:
- Abuelo, ¿qué hay detrás de aquel muro tan alto?
- Allí se encuentra el país Rojo. –respondió el abuelo. Ese país está lleno de gante malo y nunca debes de acercarte a su frontera.
- Pero, ¿Por qué dices que hay gente mala?- insistió Limoncín.
- Hace mucho tiempo, un hombre de aquel país vino por la noche a casa del panadero y le robó todo el dinero y todo el pan que tenía. El pobre panadero y su familia se quedaron sin dinero y el pueblo se quedó sin pan durante cuatro días. Así, que ya sabes, Limoncín, todos los habitantes del país Rojo son unos ladrones.
- Pero, Abuelo, si solo fue un habitante el que robó, ¿Por qué dices que son todos unos ladrones?
- Porque sí, Limoncín, si uno lo es, son todos.
-Pero abuelo,…
Ni pero ni nada, Limoncín, Es así y punto. Anda, deja de preguntar, ve a jugar y recuerda que por nada del mundo debes acercarte al país Rojo.
Limoncín se fue a jugar, pero no podía quitarse de la cabeza lo que su abuelo de había explicado.
En el país Rojo, vivía una niña a la que todos conocían como Fresita. Era muy curiosa y le gustaba mucho pasear por el bosque, observando las flores, los animales, las tierras y, a menudo, preguntaba a los mayores las cosas que no sabía. Un día, Fresita salió a pasear con su abuelo y le pregunto:
- Abuelo, ¿qué hay detrás de aquel muro tan alto?
- Allí se encuentra el país Amarillo. –respondió el abuelo. Ese país está lleno de gante malo y nunca debes de acercarte a su frontera.
- Pero, ¿Por qué dices que hay gente mala?- insistió Fresita.
- Hace mucho tiempo, un habitante de aquel país vino a vender un jarabe que lo curaba todo. Nosotros lo creímos y fuimos a comprarle muchos frascos. El hombre se fue y cuando probamos el jarabe nos pusimos todos enfermos. Aquel hombre nos engaño y se quedo con nuestro dinero. Así que ya sabes Fresita, todos los habitantes del país Amarillo son unos mentirosos y unos estafadores.
- Pero abuelo, si solo fue un habitante el que os engaño. ¿Por qué dices que todos son unos estafadores?
- -Porque sí, Fresita, si uno lo es todos lo son.
- Pero abuelo,….
- Ni pero ni nada, Fresita. ES así y punto. Anda deja de preguntar y ve a jugar y recuerda lo que te he dicho, no debes acercarte al país Amarillo.
Fresita se fue a jugar pero tampoco se podía quitar eso de la cabeza.
Aquella noche, Limoncín y Fresita, desde sus respectivos países, pensaron y pensaron hasta que al final decidieron hacer alguna cosa para que los habitantes de los dos países volvieran a ser amigos e hicieran las mismas cosas de antes bailar, cantar, reis,…etc.
Sus abuelos les habían contado historias que hablaban de la existencia de un mago. Un mago muy sabio y poderoso que podía conseguir cualquier cosas con sus poderes. Este mago vivía en la cueva de una montaña justo en el centro del territorio naranja. Sin pensarlo dos veces, Limoncín y Fresitas, cogieron su mochila, la cargaron con bocadillos y salieron rumbo al territorio naranja, en busca del mago, para pedirle que consiguiera que sus países volvieran a ser amigos. Antes de salir de casa dejaron una nota a sus padres para que no se asustasen, si no los encontraban y bajo la luz de la luna emprendieron su viaje.
Limoncín y fresita, caminaban por los bosques y campos a travesaron ríos y montañas, hasta llegar al muro de su país. Y tuvieron suerte, porque allí encontraron un pequeño agujero por donde pasar. Cuando ya se hallaban en el territorio naranja, los protagonistas de nuestra historia se encontraron frente a frente. Se miraron boquiabiertos y empezaron a hablar:
-¡Hola!- dijo Limoncín-
-¡Hola! – respondió Fresita.
-Me llamo Limoncín y vengo del país Amarillo.
-Yo me llamo Fresita y vengo del país Rojo.
Entonces, cada uno explico lo que su abuelo le había contado sobre el otro país y descubrieron que lo que decían no era del todo cierto.
-Yo pienso que los habitantes de tu país, como los míos, son buenas personas. –Dijo Limoncín.
-Yo pienso lo mismo. -respondió Fresita. No se puede juzgar ni acusar a todo un país por el error de una sola persona.
Los dos niños estaban de acuerdo y se dieron cuenta de que habían pensado lo mismo: ir hasta la cueva del mago y pedirle ayuda. Así que Limoncín y Fresita decidieron continuar el viaje juntos.
Caminaron un buen trecho y pasaron por muchas aventuras, jugaron, compartieron sus bocadillos y se explicaron cómo eran sus habitantes y sus países. Pero lo mejor de todo es que aquel viaje las sirvió para hacerse amigos. Y sobre todo para darse cuenta de que hay mucha personas que, a veces, comenten errores, pero que hay otras muchas personas que son buenísimos.
Cuando por fin encontraron la cueva del mago, entraron poco a poco y en silencio. Miraron a un lado y a otro, y descubrieron que no había nadie. Llamaron al mago, primero muy bajito y luego a gritos, pero no lo encontraron por ningún lado. En la cueva solo encontraron una mesa donde el mago realizaba sus pócimas secretas. Limoncín y Fresita, se pusieron muy triste porque después de un viaje tan largo no habían conseguido hablar con el mago. Se sentaron en la mesa y , de repente, supieron lo que tenían que hacer.
-¡Ya lo tengo!- grito fresita. No nos hace falta ningún truco de magia, porque para que nuestros países dejen de ser enemigos sólo necesitamos que….
-Sí, esto es lo que tenemos que hacer. Volveremos a nuestros países y hablaremos con ellos hasta que se den cuenta.
Y así lo hicieron, los dos niños corrieron hacia sus países a pedir a su alcalde hacer una reunión con todos los habitantes. Limoncín explicó al país Amarillo lo que había vivido con Fresita. Y Fresita hizo lo mismo en el país Rojo. La verdad es que costo hacer cambiar de idea a sus vecinos, pero finalmente la gente aprecio el gesto que habían hecho los dos niños realizando un viaje tan largo y peligrosos para unir a los dos países. Los alcaldes mandaron destruir el muro que separaba los dos países y construyeron un gran puente para unirlos. Hicieron una gran fiesta para celebrarlo. Limoncín y Fresita fueron los invitados de honor. Cantaron, bailaron y rieron juntos hasta que salió el sol. Fue así como Limoncín y Fresita, con un profundo gesto de amistad, devolvieron la alegría que tiempos atrás dominaba aquellas tierras.

Fin.